La profundidad del amor.
Por. Susana Ramírez
1 Juan 3:1 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.
¡Ah el amor de un padre! ¡Las distancias y profundidades que recorreríamos para buscar a nuestros hijos! Sin importar muchas veces lo que tengamos que hacer para tenerlos a nuestro lado sanos y salvos. Es precisamente lo que el Padre Celestial, ha hecho con cada uno de nosotros acercándonos por medio de su amado Hijo Jesucristo, entregado para que llevara el castigo por los pecados de toda la humanidad, sin importar cuán ancho, cuán grande y cuán profundo estábamos sumergidos en el pecado.
Cuando el apóstol Juan les escribe a los creyentes de la iglesia primitiva que estaban luchando para encontrar un fundamento para su fe, lanza estas palabras como un chaleco salvavidas: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. Nombrar “hijos” de Dios a los creyentes en Cristo era una fórmula legal y personal que validaba a todos los que confiaban en Él. Estaban siendo asegurados y afirmados a tener una verdadera fe genuina y a su vez, tuvieran paz y seguridad que aun en medio del dolor y las aflicciones nada ni nadie, los podía separar del gran amor que el Padre derramó en la cruz por medio de su Hijo. Estas palabras calaron en lo profundo de sus corazones permitiéndoles tener una identidad del reino celestial en la tierra.
Padre, hoy te doy gracias por llegar hasta la profundidad del pozo donde me encontraba, tus tiernas y delicadas manos me acercaron hacia ti y con cada gota de tu sangre derramada en mi corazón siento la grandeza de tu amor por mí.
Todavía tienes la gran oportunidad de recibir y conocer el amor del Señor. Acéptale en tu corazón. Dios te bendiga.
Dios te bendiga